El último día del año
- Levántese, hoy es el último día del año.
La luz de la desnuda bombilla ciega mis ojos. Una bocanada de aire helado acompaña las palabras. La voz de Vega. La única voz que he oído en los últimos dos meses.
- ¿Cuánto hace que no viene a visitarme? ¿Cuarenta y ocho horas?
- No
veo que le haya afectado demasiado. Seguro que hubiera podido aguantar mucho
más.
- No
lo dude.
- Le
he traído un regalo de navidad.
Jamón, queso, pan de molde. Mis manos se mueven a la misma velocidad que mi boca mastica. Dos días sin comida es demasiado tiempo como para guardar las formas. Vega disfruta del espectáculo, se ríe de mi desesperación. Al menos tiene el detalle de esperar que acabe con mi particular festín.
- Señor Richards, hoy es el último día del año. ¿Sabe lo que significa? – Suena a amenaza. Lo es.
- No
han pagado. – Mi frase no suena como una pregunta. No lo es.
- Ha
pasado el tiempo de cortesía. Es hora de enviar el primer aviso, que sepan que
la cosa va en serio.
Abre la puerta principal. Veo la luz del sol, mis ojos se humedecen. La luz celestial. Son apenas cinco segundos, la figura de un hombre acaba con mi pequeña fantasía.
- Este es David.
Abre la puerta principal. Veo la luz del sol, mis ojos se humedecen. La luz celestial. Son apenas cinco segundos, la figura de un hombre acaba con mi pequeña fantasía.
- Este es David.
- ¿No
tiene valor para hacerlo usted misma? – Un ligero zarpazo desde mi precaria
situación.
- Oh,
no es lo que piensa, señor Richards. El sólo va sujetarle cuando se desmaye. Yo
disfruto con mi trabajo.
Me piden que escriba una nota para mi familia, un complemento dramático para darle más gravedad a la advertencia. No tengo ganas de hacerlo, estoy harto del papel de pobre hombre acojonado.
- Se puede meter el papel por el...
No termino la frase. La sangre se desliza lentamente hasta entrar en mi ojo izquierdo. La ceja abierta apenas duele. David es todo un profesional.
- Genial. Unas gotitas de sangre que se mezclan con la tinta. Le dará un efecto inesperado. – Vega ya lo está disfrutando.
“Pienso en vosotros en todo momento, sois mi único motivo para aguantar. Cuida de Daniel, cuando sea más mayor cuéntale alguna bonita historia sobre su padre. Pase lo que pase siempre te querré”.
- Enternecedor. Es usted un sentimental. Tengo ganas de verle llorar. – Vega lee la nota. Se ríe de ella.
Me piden que escriba una nota para mi familia, un complemento dramático para darle más gravedad a la advertencia. No tengo ganas de hacerlo, estoy harto del papel de pobre hombre acojonado.
- Se puede meter el papel por el...
No termino la frase. La sangre se desliza lentamente hasta entrar en mi ojo izquierdo. La ceja abierta apenas duele. David es todo un profesional.
- Genial. Unas gotitas de sangre que se mezclan con la tinta. Le dará un efecto inesperado. – Vega ya lo está disfrutando.
“Pienso en vosotros en todo momento, sois mi único motivo para aguantar. Cuida de Daniel, cuando sea más mayor cuéntale alguna bonita historia sobre su padre. Pase lo que pase siempre te querré”.
- Enternecedor. Es usted un sentimental. Tengo ganas de verle llorar. – Vega lee la nota. Se ríe de ella.
- En
sus sueños.
- En
unos minutos.- Otra vez el tono amenazante. Mira a David y afirma con la
cabeza. Es la hora.
El gorila me empuja hacia la única silla, que hace juego con la única mesa. Me encaja en ella. Agarra mi brazo izquierdo como si fuera el brazo de un muñeco de trapo. Lo inmoviliza contra la mesa, me obliga a abrir la mano. Vega abre su maletín y saca un cuchillo de carnicero. Se acerca despacio. Odio esa maldita sonrisa.
- ¿Cuál de ellos es más inútil? ¿El gordito? – Pregunta señalando mis dedos.
Pánico. Intento golpear a David con mi mano derecha. Es más bien una caricia. Trato de levantarme, me atenaza el cuello. La mano me tiembla. Vega me guiña un ojo. Odio esa maldita sonrisa. Eleva el cuchillo, dibuja el corte rozando mi dedo. Todo pasa a cámara lenta. Eleva el cuchillo. Corta. No siento dolor. David me agarra de la cabeza. Me obliga a mirar. Me suelta.
- Lo envolveré con su nota. Un regalo navideño perfecto.
David va a lavarse las manos. Todo mi cuerpo tiembla. Vega enrolla mi dedo. Sale de la casa. Odio esa maldita sonrisa. Mi cabeza golpea la mesa. No puedo desmayarme. Mi única oportunidad. Todo mi cuerpo tiembla. Oigo los pasos de David, se acerca. Miro de reojo el cuchillo, clavado por la fuerza del corte. Mi cuerpo deja de temblar. Mi única oportunidad. David me coge del pelo, estira para que me incorpore. El cuchillo corta su garganta. Un regalo navideño perfecto.
Respiro. Un grifo de sangre donde antes estaba mi dedo meñique. No siento dolor. Debo actuar rápido. No puedo desmayarme. Me acerco a la puerta. Escucho.
- Hola. Quería hacer un envío urgente. – La voz de Vega. No más de tres metros de distancia.
Dos minutos de conversación. Cuelga el teléfono. Da seis pasos. Abre la puerta.
En un acto reflejo se cubre la cara. El primer corte le alcanza en el brazo derecho. Gira en el suelo e intenta coger su maletín. Con las pocas fuerzas que me quedan me lanzo tras ella. Un corte profundo en su pierna izquierda. Se arrastra. El maletín cae a su lado. Me levanto. Equilibrio durante milésimas de segundo. Resbalo. Tumbado sobre mi propia sangre.
- Es usted mucho más duro de lo que parece, señor Richards. Lamento que todo termine así. – Vega, sentada en el suelo. Una pistola en su mano izquierda.
Mira a David. Creo distinguir un gesto de pena, un ligero movimiento de su boca. Me mira y vuelve a sonreír, apunta. La primera bala grita en mi oído derecho. Intenta coger la pistola con la mano derecha. Grita antes de que suene la segunda bala. Grito después de que atraviese mi hombro derecho. La adrenalina da órdenes contradictorias a mi cerebro, ocupado gestionando el dolor. Los dedos de Vega dejan caer el arma, su brazo deja de responder . Intento deslizarme hacia ella. Sonrie.Odio esa maldita sonrisa. Llego a la pistola en el momento en el que el dedo pulgar que su mano izquierda hurga en el agujero que ha abierto la bala. Dolor. Abro la boca sin poder emitir sonido. Caígo de espaldas con la pistola en mi mano izquierda. Acaricio el gatillo.Me desmayo justo después de ver cómo su cabeza choca contra el suelo.
Diana. Su perfume es como un oasis entre el olor a hospital. Goteros, agujas clavadas en mis brazos. Abro los ojos. Diana llora. Me abraza. En la pared, un pequeño televisor, la imagen de un enorme reloj.
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