Sunday, August 24, 2008

Objetos voladores

El ratón voló, diez metros de caída libre. Cuando inició el descenso, Emma se dio cuenta de lo difícil que es adaptarse al futuro. Hace un par de semanas no hubiera ocurrido, el cable de toda la vida habría evitado el incidente. La cuerda que une el salvavidas al barco. Cuando compró el nuevo ordenador iba en el lote y los primeros días estaba encantado con el cambio. El pequeño trozo de mesa parecía más grande, ya no tenía que tirar reclamando movilidad. Y se recargaba al ponerlo en la base. La bomba.
Pero no contaba con el factor desesperación. Por muy nuevo que sea el ordenador todos dan fallos y uno de los que siempre pagaban por los pecados de otros componentes era el ratón. Estaba a mano. Antes solía estamparlo en un golpe seco contra la mesa, o tirarlo suavemente contra la pared, pero hoy el bicho tenía margen de movimiento. Una pantalla azul con letras en el momento adecuado. Una ventana abierta. Estirar el brazo. Lanzar.
Dos segundos, el ruido de un cristal rompiéndose. Es cierto eso que dicen, el destino tiene caminos impredecibles. Emma dudó en si asomarse, eran las cuatro de la tarde y el sol aún no había acabado su jornada de trabajo, así que si le miran desde abajo solo verían una habitación oscura. Movió un poco la cortina.

- ¡Me cago en la ostia puta! ¿Quién mierdas me ha tirado esa piedra?

El parque de enfrente de casa estaba desierto, solo un vagabundo tumbado en un banco miraba la escena con una sonrisa en los labios.

- ¿Has sido tu, puto borracho?

El coche era un Megane y su dueño un tipo con chandal y pelo rapado al uno, con una mata de pelo a modo de cresta. Se acercó con ganas de pelea al pobre hombre.

- ¡A ver si te ríes ahora!

Emma no vio justo que un inocente pagara por sus errores e hizo lo que cualquier persona hubiera hecho en ese momento. Buscó por la mesa y las prisas eligieron. La base del ratón. Una cosa no sirve de nada sin la otra. Estiró del cable. El brazo hacia atrás. Lanzó.

El ruido esta vez fue más seco, el proyectil impactó en el techo.

- ¿Pero que coño ha sido eso?

El chandal humano rectificó su destino y volvió hacia el coche, más nervioso de lo que ya estaba hacía unos segundos. Vio la base del ratón y le dio un par de vueltas, no tenía ni idea de que era ese trozo de plástico. A unos diez pasos vio el ratón. Como dar un rompecabezas a un niño.

El tipo rompió a gritar, frases sin sentido, palabras con forma de ruidos. Y un par de minutos después, un grito ahogado. Y el silencio.





Emma vio que los vecinos del edificio de enfrente habían salido y asomó la cabeza por la ventana. Otro ratón, esta vez con cable había impactado en la cabeza del hombre. Estaba en el suelo, mirando incrédulo la pequeña bola que se había desprendido del arma arrojadiza. Se puso rojo y justo cuando estaba a punto de volver a maldecir en chino algo le golpeó en la pierna. Esta vez alguien había rebuscado en el armario de las cosas que guardamos y que pensamos que nunca más volveríamos a usar. Un ratón de bola. Un clásico incomprendido. Ese si que debe de habarle picado, pensó Emma. “yo tuve uno que se me cayó en el dedo pequeño del pie y me pasé dos días andando como chiquito”.
El tipo se quedó en el suelo, sin saber muy bien que hacer. Al final, la rabia pudo más que el miedo y lanzó con todas sus fuerzas la bola tamaño pelota de tenis contra una farola. Fallo por poco y el tiro acabo amortiguado en el césped. No le dio tiempo a girarse.
Otro inalámbrico le impacto en el brazo derecho. Uno con cable en la espalda. Y décimas de segundo, el pequeño cielo se cerró.
Se subió al Megane como pudo, ya no le importaba demasiado que su adorado coche se llevara unas cuantas abolladuras.
Arranco, quemó un poco las ruedas y se saltó el semáforo que lleva a la avenida.


Diez minutos después Emma bajaba a ver si quedaba algo de su ratón y en la escalera se cruzó con el vecino de la puerta de enfrente, que estaba recogiendo el suyo. Un leve movimiento de cabeza a modo de saludo. Una sonrisa.
Cuando llegó a la calle solo quedaba un ratón. Estaba con nuevo, unido a su base, esperando en la acera. Un arañazo en la parte del impacto.
Cómodos y resistentes.

El vagabundo la miró, inclinó ligeramente el sombrero y volvió a su siesta.





Hacía eones que no escribía nada, así que es un primer intento de reactivar mi imaginación. Un pequeño homenaje a mis adorados hijos del chandal, especie extendida por la geografía española.